lunes, 24 de enero de 2011

Unai, tenemos un problema




Palos con gusto no duelen, pero cuidado.

El árbol (resultados) que tapa el bosque (severas deficiencias en defensa y mediocampo) es lo que está salvando a Emery estas últimas jornadas, con goles en las postrimerías del partido y saliendo, además, claramente beneficiado de las decisiones arbitrales.

Nuevo -y sufrido y polémico- triunfo del Valencia en Mestalla, tres puntos más que aseguran seguir la estela del vecino castellonense y afianzarse en puestos Champions, el objetivo primordial del club -y de "nuestra liga"-.

Hasta aquí todo bien, pero no es recomendable ser acomodaticio y conformista y quedarse con el resultadismo puro, hay que dar un paso más, reflexionar, analizar en profundidad y desmenuzar los serios problemas que arrastra el equipo, vicios pasados gestados en la era Emery, una cargante rémora que dificulta el buen hacer de este equipo, que frena el potencial de esta plantilla.

Desde hace mucho tiempo el Valencia ha perdido su seña de identidad, carente de personalidad propia, el aficionado de a pie no relaciona a su equipo con un juego definido, estable, reconocible, no se exige que practique un juego excelso como el actual Barça –que, por cierto, nadie consigue alcanzar-, sino que se determine un estilo que caracterice al equipo, no el vaivén de ideas que se plasman en distintos partidos sobre el césped, el batiburrillo y mezcolanza de conceptos futbolísticos que solo hacen intervenir negativamente en la búsqueda de esa armonía futbolística, de la que adolece este Valencia y echa en falta el respetable ché. Las inexplicables e injustificables pájaras y faltas de concentración, ambición y amor propio de los jugadores por el escudo que portan en sus pechos, a lo largo del partido, es otro de los síntomas eméricos, la falta de carácter del míster -persona timorata y testigo presencial de varias sublevaciones en el vestuario y banquillo- tiene consecuencias en aquéllos, es causa directa de esos sorprendentes decaimientos.

La defensa, tras innumerables variantes y pruebas, sigue siendo permisiva y apocada, las líneas no guardan la distancia de seguridad –los carrileros están haciendo mucho daño, dejando verdaderas autopistas a merced del rival-, no está conjuntada y en sintonía con el centro del campo, se parte con suma fragilidad. Reminiscencias pasadas de aquellas defensas aguerridas, poderosas, auténticos muros casi inexpugnables, vienen a la cabeza, era uno de nuestros puntos fuertes y principales armas, nos conocían –y nos temían- por eso. Cuesta recordar en esta nueva etapa un cuarteto defensivo que realmente nos haya dejado satisfechos, se están cometiendo errores garrafales difíciles de digerir y no acordes a la categoría del VCF, uno tras otro, se repiten de manera sistemática en casi todos los encuentros. Y lo peor, son equívocos subsanables, de los que se corrigen en los entrenos, pero en los que vuelven a incidir semana tras semana. Eso es lo que molesta.

En mediocampo más de lo mismo, salvo que la mejor versión del argentino Banega –que esta temporada ha vuelto a diluirse- coja la batuta y se ponga a dar su particular recital de pases, dando criterio y sentido a la pelota, no hay nadie en la plantilla que sepa organizar el juego, se cae en el infumable juego ramplón de hace unos años –tras el declive de la fantástica e inolvidable pareja de baile Albelda-Baraja-. Personalmente me incomoda sobremanera seguir viendo a Albelda arrastrándose por el campo, cuyo físico ya no acompaña y solamente le sirve para acoplarse a los centrales, retrasando su posición y generando un vacío en la zona ancha del campo. La alternativa natural, Mehmet Topal, es la esperanza de muchos valencianistas en jubilar al de la Pobla Llarga y convertirse en el necesario stopper del equipo. Otro fallo, a mi entender, es la desacertada decisión –nueva emerada- de poner al argentino de Las Flores –Tino Costa- en la demarcación de distribuidor/conductor del juego, cuando es sabido por todos que es un centrocampista ofensivo, llegador, que manifiesta toda su capacidad cuando juega respaldado y escoltado por dos pivotes mediocampistas, liberándolo de estrictas tareas defensivas –aunque también trabaja lo suyo- y concediéndole esos metros de libertad para conexionar con los compañeros atacantes, haciendo uso de su principal herramienta, el potente disparo a media distancia. El esencial problema es la ausencia de Silva, ese jugador que sepa pensar y elegir la mejor opción de pase en los últimos metros, que haga fácil la consecución de jugadas de peligro y canalice de modo eficaz la posesión ofensiva del balón, por tanto, que imprima clarividencia en línea de tres cuartos. La privación de esta vital pieza convierte inexorablemente la propuesta en juego directo y vertical, lo que muchas veces acarrea pérdidas de posesión y, ante equipos potentes, graves desbarajustes tácticos que conllevan a los nada estéticos correcalles.

Si uno ojea la clasificación, estos pequeños matices no le importan demasiado, no se para a evaluarlos -¿Para qué?-, él ve a su equipo ahí arriba y está cómodo, le vale. Otros somos más contestatarios y así lo expresamos, sin tapujos ni paños calientes, porque no nos consideramos resultadistas, sino románticos del balompié.